Las recientes movilizaciones del campo están situando en la esfera pública nuevamente las cuestiones relacionadas con la alimentación. Principalmente la necesidad de mejorar la renta agraria y asegurar condiciones de trabajo dignas de quienes producen nuestros alimentos, y en menor medida la necediada de lograrlo de forma respetuosa con la naturaleza.
En el artículo Una mirada ecosocial a la crisis del campo publicado en CTXT, Helios Escalante y Elisa Oteros plantean como «urgen medidas de fomento del modelo productivoagroecológico, menos intensivo en insumos y más demandante de mano de obra, así como cambios en las normativas que faciliten los circuitos cortos y la transformación artesana. Es imprescindible, por ejemplo, orientar la compra pública hacia el sector agroecológico, prohibir la financiarización de la alimentación y poner freno a los oligopolios del agronegocio. Para garantizar precios justos y equilibrados para productoras, productores y consumidores, necesitamos políticas fiscales, de regulación de la cadena agroalimentaria, y de planificación territorial participativa, que apoyen a quienes producen alimentos poniendo la vida en centro y respetando el funcionamiento de los ecosistemas y la justicia social.
En definitiva, necesitamos políticas públicas e iniciativas de los movimientos sociales (recuperación y creación de instituciones comunales, cooperativas, redes de distribución, etc.) que, lejos de priorizar los intereses del agronegocio, garanticen el derecho humano a una alimentación sana y un medio ambiente saludable, así como un mundo rural vivo. Esto significa, en nuestra opinión, apostar por el único modelo agroalimentario compatible con la vida, el agroecológico».
Desde las ciudades y desde las comedores escolares podemos jugar nuestro papel en este proceso y ser complices de estos inaplazables cambios. Póngamonos manos a la cuchara.