Compartimos con vosotros el testimonio de Juan de la Torre, cofundador de Cultivarte Agroambientales, sobre su labor de acercamiento de huertos escolares a los alumnos y alumnas de infantil y de primaria, una experiencia enriquecedora, con un potencial educativo incuestionable, para la transición hacia menús escolares más sostenibles y sanos:

«Llevamos ya varios años acercando al alumnado de infantil y primaria al cultivo de alimentos y los ecosistemas de los que formamos parte a través de los huertos escolares. Nuestro objetivo es que desde pequeñas, las personas seamos conscientes de lo que implica tener una verdura en el plato, que nos demos cuenta de la magia del crecimiento de las plantas y de lo integradas que están la alimentación y la naturaleza.

A través de los huertos y de la alimentación trabajamos por recordar a la gente (principalmente a la gente pequeña) que dependemos del medio natural y que formamos parte de éste. En los huertos escolares las niñas y los niños siembran, riegan, abonan, cuidan y cosechan alimento. El objetivo de estos huertos no es la producción, normalmente son espacios muy reducidos que no permiten servir de materia prima al comedor como muchos suponen a principio de curso…Todo se andará. El principal objetivo es enseñar el funcionamiento de la naturaleza a través de un pequeño ecosistema.

Enseñamos el cuidado de las plantas, la importancia de la biodiversidad, la economía circular de la naturaleza y todo ello desencadena, de forma espontánea, que niñas y niños acaben dándole mordiscos a las acelgas o comiendo rabanitos y zanahorias, porque ellos mismos las han cultivado. Lo han visto crecer y ya no son elementos ajenos a ellos. Además, como educadores del huerto se nos otorga algo así como un poder especial. Al ser personas que les llevan a mancharse las manos de tierra, a regar, a ver bichos… a hacer cosas que gustan mucho, cuando ofrecemos la zanahoria o el rabanito que acaban de ver salir del suelo, suelen recibirlo con entusiasmo y curiosidad. En este sentido, jugamos con ventaja en la educación para la alimentación saludable.

Estas situaciones permiten, además, que el aprendizaje sea más significativo y tenga un alcance mayor, porque lo viven con los 5 sentidos. A lo largo de los años hemos tenido familias que nos cuentan que desde que su hija está en el huerto las verduras han ganado mayor interés, que está queriendo tener un huerto en casa o que no se puede matar a los bichos porque son muy importantes para tener comida.

Hace un par de años, en una escuela infantil, a principio de curso vino una profesora nueva con una bolsa con restos de fruta y verdura. Extrañada, dijo que le habían dado “eso” para el educador y los alumnos que estaban en el huerto (la clase de 5 años). Al preguntar al grupo qué había que hacer con esos restos, nadie dudó y, señalando a la compostera, dijeron todos a una: “¡¡al compost!!”. Pese a que había pasado todo un verano, como el año anterior habíamos empezado a compostar los restos de fruta del recreo, todos se acordaban de que los restos orgánicos se reciclan en la compostera para alimentar luego al huerto. Además, con este proyecto de compostaje de restos de fruta del recreo, las niñas y niños se motivan para traer fruta para el almuerzo.

Poco a poco vamos puliendo las técnicas, actividades y aprendiendo para enseñar a través del huerto. Estamos en horario lectivo acompañados de la profesora o profesor (normalmente de ciencias, pero no sólo) y esto permite que el profesorado también aprenda y que lo que hacemos tenga continuidad en el aula y más allá. El alcance potencial de los huertos educativos es tremendo.

Este curso 2018/2019 han tenido lugar dos situaciones de las que han llegado más allá del huerto y el aula que son dignas de mención. La primera, en el Colegio El Encinar (Torrelodones) tuvimos unas acelgas de un tamaño muy considerable. Un día de cosecha con una clase de 2º de primaria estuvimos comiendo pequeños trozos de acelgas para comprobar que en crudo son saladas y se nos ocurrió hacer una foto. Bromeando dijimos que a una niña se le había puesto cara de acelga y guardamos el momento para la posteridad.

Esta niña se llevó esa gran hoja de acelga a casa. Al llegar (nos contó su abuela un tiempo después) dijo que esa noche haría la cena ella misma, hizo un puré de acelgas y patatas (muy rico, por lo visto) y desde entonces empezaron a cenar verduras todos los miércoles (es el día que el educador de huerto va a este colegio). No sabemos hasta cuándo durará esta tradición, pero consideramos que, acabe cuando acabe, esta familia y esta niña se han guardado un pedacito de huerto en su aprendizaje. A través del huerto se incide en los hábitos alimenticios del alumnado.

En otro colegio del mismo municipio, a principio de curso no había acceso al huerto debido a unas obras. Decidimos hacer un pequeño programa didáctico sobre el impacto ambiental de nuestra alimentación actual, de los alimentos de cercanía y las verduras de temporada. En una presentación hablamos del aceite de palma (metido entre la soja cultivada en el Amazonas y los océanos llenos de plástico). A la semana siguiente, en clase de ciencias, una niña dijo que había visto en el comedor un bollo con este ingrediente y que no quería comer eso. Por el mero hecho de que una alumna hubiera aprendido a mirar las etiquetas y preguntarse por los ingredientes de sus alimentos ya lo consideramos un logro. Pero no acabó ahí. Poco a poco otros alumnos de esta clase se le fueron uniendo.

Decidieron que querían que desapareciese el aceite de palma del comedor escolar. Al ver esta motivación quisimos acompañar esta iniciativa del alumnado. Les pedimos que investigaran, no podían pedir un cambio de algo que no conocen apenas. Con esta investigación hicieron una presentación al resto de aulas de primaria, si querían un cambio en el centro, tenían que informar a todo el centro.

Por último, les ayudamos a pedir un espacio en el consejo escolar, escribieron una carta al director, al AMPTA y al Ayuntamiento y realizaron la presentación en el consejo escolar de mayo. Esta iniciativa nacida y llevada a cabo por el alumnado tuvo muy buena aceptación y parece que se ha hecho efectivo. El aceite de palma ha desaparecido del comedor del colegio. Para el próximo curso el reto estará en sacar este ingrediente también del horario del almuerzo. Esta clase de 5º de primaria ha aprendido la importancia de una alimentación consciente. Los últimos comentarios antes del verano fueron acerca de la necesidad de hacerle llegar esta información a otros centros. Ahora son conscientes de los problemas que generan muchas prácticas de producción de alimentos y ven posible generar cambios. Confiamos que para el año que viene, con el apoyo del profesorado y el equipo directivo pueda declararse “Centro libre de aceite de palma”.

Ilustración 1 Nota de prensa publicada en la revista escolar del CEIP Los Ángeles (Torrelodones)

Por todo ello, consideramos que los huertos escolares son herramienta de cambio. En ellos el alumnado se hace protagonista de la producción de alimentos, descubre las relaciones entre alimentación y medio ambiente, sacan el alimento de la tierra, trabajan en equipo, observan y cuidan las plantas y los insectos como algo cercano (no como algo ajeno) y, sobre todo, disfrutan trabajando al aire libre. Todo esto abre puertas para cuestionarse las prácticas habituales (del colegio o de casa) en cuanto a la alimentación, el impacto que generan y si es posible modificarlos para establecer relaciones menos negativas con nuestro entorno. Manchándose las manos de tierra entienden a nivel local y suscita a pensar a nivel global. Muchos más niños y niñas deberían mancharse las manos de tierra».

Juan de la Torre, cofundador de Cultivarte Agroambientales

www.cultivarteagroambientales.es