Según el Banco Mundial: “Las mujeres son la columna vertebral de la economía rural, especialmente en los países en desarrollo, ya que ellas representan casi la mitad de los agricultores del mundo, y en las últimas décadas han ampliado su participación en la agricultura. El número de hogares dirigidos por mujeres también ha aumentado a medida que más hombres han emigrado a las ciudades. Como cuidadoras principales de sus familias y comunidades, las mujeres son responsables de proveer alimentos y nutrición, y son el nexo que vincula las explotaciones agrícolas y los comedores de los hogares. […] Mientras la comunidad mundial procura alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) las mujeres pueden convertirse en los agentes del cambio fundamentales en los ámbitos de la agricultura, la nutrición y el desarrollo rural. Con un mejor acceso a la información, la capacitación y la tecnología, ellas pueden transformar la producción y el consumo de alimentos para que la tierra y los recursos se utilicen de manera sostenible”1. Y de hecho muchas de ellas ya lo están haciendo, asumiendo roles de dinamización comunitaria, sensibilización e innovación.

En nuestro país el papel productivo de las mujeres en el medio rural tradicionalmente ha sido fundamentalmente como jornaleras o en el negocio familiar, con una muy marcada división sexual del trabajo, como recuerdan desde el Ministerio:

El trabajo productivo de las mujeres temporeras se percibe como una actividad secundaria, un complemento a la renta familiar, no un derecho o incluso una obligación, como ocurre con el trabajo de los hombres. Así, la participación laboral femenina en su conjunto queda relegada a los momentos de mayor demanda laboral como si se tratara de un ejército de reserva de mano de obra, de un recurso humano eventual y flexible. Esto, junto al elevado crecimiento del desempleo masculino actual, ha originado que en las últimas campañas agrícolas las mujeres hayan sido sustituidas por los hombres que fueron expulsados del sector de la construcción. Este fenómeno supone una doble discriminación económica hacia las mujeres. Por un lado, su vida laboral se caracteriza por seguir una trayectoria cíclica e intermitente, situación que afecta a la cotización a la seguridad social y, por tanto, a la protección social. Y por otro, en algunas campañas las mujeres también sufren discriminación salarial al ser pagadas según las horas trabajadas o incluso trabajando “a destajo”, mientras que a los hombres se les paga mediante jornal. Si nos fijamos en las mujeres que trabajan en el sector agrario como cónyuges del titular de la explotación bajo la figura de “ayuda familiar”, vemos que el trabajo que estas mujeres realizan en las explotaciones agrarias es considerado una extensión del trabajo doméstico, siendo por ello un trabajo invisible y desprovisto de cualquier reconocimiento o valoración, tanto en la propia familia como en la sociedad en general”2.

Pero esto está cambiando: actualmente muchas mujeres se están lanzando al emprendimiento rural, sobre todo en el sector agroecológico. Patricia Dopazo, editora de la revista Soberanía alimentaria, biodiversidad y culturas, afirma que “la información que se tiene en general es que los proyectos agroecológicos que se vienen desarrollando en los últimos años tienen una participación de mujeres muy alta, mucho más alta que en proyectos nuevos del sector convencional”. De este modo, paulatinamente, se está feminizando una esfera que tradicionalmente ha sido masculina. Esto tiene un impacto en las estructuras y en las formas de hacer3.

Ganaderas en Red, por poner un ejemplo, es una red de mujeres que defienden y viven de la ganadería extensiva. Ellas hablan de libertad e independencia en su trabajo, de responsabilidad y creatividad, de reconocimiento y visibilidad, de ser dueñas de sus vidas y sus ganaderías, de entendimiento y solidaridad entre mujeres, entre otras cosas. “La tierra en el alma, el viento en el pelo y el ganado en el corazón” es su lema.

Y cerramos este post con una cita del manifiesto Por un feminismo de hermanas de tierra: “Hermana de tierra, otro marzo más volvemos a llenar nuestras plazas y calles, reivindicando que otro mañana es posible; un futuro de igualdad, diversidad y sostenibilidad. Hoy queremos, todas juntas, empezar a habitarlo: no perder nunca la esperanza”.