Os compartimos este texto Piya Fielding-Singh investigadora de la universidad de Standford, que nos ha gustado mucho, donde se sintetizan las conclusiones de un trabajo de varios años indagando sobre por qué las familias más precarias facilitan el acceso a comida basura. Y por sorprendente que parezca no es la dejadez, es el amor.

Las familias pobres acceden a dar comida basura a sus hijos para mostrarles que los amaban, que los escuchaban y podían satisfacer sus necesidades. Como me dijo una madre soltera de bajos ingresos: “Lo quieren, lo conseguirán. Algún día lo sabrán. Sabrán que los amo, y eso es todo lo que importa”.

Por contraste las familias acomodadas con una abundancia de oportunidades para cumplir los deseos de sus hijos, pueden soportar más fácilmente decir “no” a las solicitudes de comida basura. Hacerlo no siempre fue fácil, pero tampoco fue tan angustiante para los padres ricos como para los pobres.

Las familias pobres honraron las peticiones de comida chatarra de sus hijos para nutrirlos emocionalmente. Del mismo modo, los padres adinerados que negaron a sus hijos alimentos procesados lo hicieron para enseñarles hábitos saludables de por vida, no para privarles de un gusto.

Vivir en la pobreza o en la riqueza afecta más que nuestro acceso a alimentos saludables: da forma a los mismos significados que le damos a los alimentos.

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